Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México

IN MEMORIAM ALFONSO GARCíA RUIZ

Ernesto de la Torre Villar


El 15 de noviembre del presente año de 1992 falleció, víctima del oscuro destino, el licenciado, maestro e historiador Alfonso García Ruiz, nacido en 1917 en Carichic, Chihuahua, aun cuando era de abolengo jalisciense. Estudió jurisprudencia en Guadalajara y posteriormente historia en El Colegio de México, del cual fue alumno fundador. Profesó largos años, cerca de cincuenta, tanto en la Facultad de Filosofía y Letras como en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, y también en la Escuela Nacional de Antropología e Historia, varios cursos de derecho, sociología e historia. Dirigió el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México con gran visión e inteligencia y ocupó varios años la secretaría de la Escuela Nacional de Ciencias Políticas, así como la coordinación del Colegio de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras. Su mente ágil, despierta, bien orientada a través de una vida dedicada al estudio, le permitió dirigir numerosas generaciones de estudiantes que encontraron en él, a más de un guía certero, un amigo generoso, rico en conocimientos y extremadamente bondadoso.

El año de 1991, la Facultad de Filosofía y Letras le rindió homenaje en el que participaron maestros y alumnos. Unido por antigua e inalterable amistad, participé en ese acto, habiendo leído el siguiente texto que hoy alcanza su plenitud.

Recordando al amigo en el Homenaje al Maestro Alfonso García Ruiz

Sabiamente se lee en el Eclesiástico: "No dejes el amigo antiguo, porque no será como él el nuevo". Y se agrega: "Vive en amistad con muchos; pero toma uno entre mil para consejero tuyo". Y en este texto que concentra la sabiduría y la experiencia de seculares culturas, encontramos preceptos que vienen muy bien en este día, en el que un grupo de discípulos y amigos agradecidos rinden un homenaje a un maestro y amigo excepcional.

Quiero yo referirme a un colega distinguido, pero más que nada al amigo y por ello he de retomar aquello que dice el libro sacro, pero que es aplicable cien por cien a mi amigo Alfonso, Ildephonsus, como de cariño le llamamos.

Si quieres hacerte con un amigo, sea después de haberlo experimentado, y no te entregues a él con ligereza. Porque hay amigo que sólo lo es cuando le tiene cuenta, y no persevera tal en el tiempo de la tribulación. Y amigo hay que se trueca en enemigos; y hay tal amigo que descubrirá el odio, las contiendas y los dicterios [...]. El amigo, si es constante, será para ti como un igual e intervendrá con confianza en las cosas de tu casa [...]. El amigo fiel es una defensa poderosa, quien le halla ha hallado un tesoro. Nada hay comparable con el amigo fiel; ni hay peso de oro ni plata que sea digno de ponerse en balanza con la sinceridad de su fe. Bálsamo de vida y de inmortalidad es un fiel amigo.

Bajo estas pautas intervengo en este homenaje que la amistad y la lealtad agradecidas han querido rendir al maestro y al amigo.

Hace ya medio siglo se inició nuestra amistad. Alfonso y yo habíamos terminado la jurisprudencia; pero sin estar satisfechos del todo, buscábamos algunos estudios que satisficieran nuestras inquietudes intelectuales. El postulantado no las llenaba y por ello nos inclinamos al estudio de la historia. El Colegio de México, que abrió en 1941 sus puertas, nos atrajo y, en él efectuóse nuestro encuentro. La primera generación la formamos Manuel Carrera Stampa, Fernando Sandoval, Ignacio del Castillo, Juan José Prado, Carlos Bosch García, Hugo Díaz Thomé, Enrique López Lira y Ernesto de la Torre Villar. Pronto hubo baja y quedamos seis estudiantes, a los que bien pronto se unieron Susana Uribe Ortiz y Alfonso García Ruiz, quienes se asimilaron rápidamente a nuestra generación. Una carrera completa cursamos juntos y una vida completa nos ha seguido uniendo en franca, entrañable e ininterrumpida camaradería, sin celos ni altibajos, en el cariño y la estimación.

Hoy recuerdo cómo, en las aulas de El Colegio, convivimos guanajuatenses, catalanes, jaliscienses y metropolitanos, recibiendo recia formación de parte de una pléyade de sabios maestros: Silvio Zavala, Agustín Millares Carlo, Ramón Iglesia, Earl J. Hamilton, Robert Smith, Concha Muedra, Domingo Barnés, José Carner, Juan B. Iguíniz y muchos más, los mejores que una generación pudo tener.

Alfonso García Ruiz procedía de Jalisco, y al lado de una gran bonhomía, se caracterizaba por talentoso y de una inteligencia brillante, mente lúcida, chispeante humor, discreto carácter, leal y franco. El paso de los años nos confirmaría esos atributos con los que lo hemos visto llegar hasta estos días, en los cuales muy justamente se le rinde homenaje.

El trabajo diario y continuo, el estudio colectivo en los seminarios, los viajes de investigación y también de recreación que hicimos juntos, hicieron que el grupo se identificara, que tuviera una coherencia firme y entrañable. La formación jurídica recibida, la afinidad de gustos por la música y el teatro nos unió más estrechamente a Susana Uribe, a Alfonso García Ruiz y a mí. Diversas empresas estudiantiles, como la formación de la Junta Mexicana de Estudios Históricos y la celebración de sus reuniones y poscoloquios, nos hacía emprender inmensas caminatas hasta la plaza de Santa Anna, por la avenida Juárez y Reforma. En ellas discutíamos, a más de la altura del espectáculo o concierto, los sucesos de más actualidad, los acontecimientos políticos y sociales más relevantes. Alfonso tenía una posición ideológica abierta pero respetuosa, constructiva y razonable. No fue nunca un teórico cegado por el credo ni la pasión política, sino hombre fiel a sus principios, a su firme creencia, honesto y preciso. Admiraba yo en él al dialéctico fino y firme, al colega poseedor de amplia capacidad de síntesis, al expositor claro y convincente. Nuestra generación careció de elementos discursivos, pero sí dio maestros convincentes. Uno de ellos, tal vez el que alcanzó mayor capacidad, fue Alfonso.

Ingresamos al magisterio con poca diferencia de años, iniciamos casi al mismo tiempo nuestra actividad como publicistas. ¡Con qué entusiasmo comentábamos nuestros hallazgos, o los que creíamos que lo eran!; ¡cuánta pasión poníamos en los comentarios y con qué alegría festejábamos los aciertos comunes! Un gran espíritu de colegialidad, de trabajo común impregnó nuestra formación, espíritu que no impidió se acentuara nuestra personalidad. De esos años recuerdo las discusiones tenidas en torno de la organización social y política de las culturas precolombinas muy bien manejada por él, que tenía excelente formación jurídica, o sobre el derecho gremial que habría de convertirse en denso trabajo aparecido en una obra de colaboración. Más tarde le veríamos, cuando fue llamado por don Silvio Zavala a colaborar en el Museo de Chapultepec, preparar con extremo cuidado el catálogo numismático y posteriormente emprender al lado del maestro Jiménez Moreno la preparación de la historia de México. Nadie mejor que Alfonso para sintetizar el enrevesado y conflictivo siglo XIX, en el que las ideas siempre fueron mejores que las realidades. Y hablando del campo del pensamiento debemos recordar su inigualable Ideario de Hidalgo, no superado hasta hoy.

De otros de sus logros no he de ocuparme, pues ya ha sido hecho con brillantez por sus discípulos, que son los mejores críticos del maestro, pero también sus mejores voceros. Ellos han cumplido lo que recomendaba Séneca a todos los discípulos cuando escribía en Los beneficios :

Cuanto al otro, mi maestro, sufrió penas y trabajos para enseñarme, y además de lo que aprendí en común con mis condiscípulos, me inculcó particularmente muchas otras ideas; sus consejos disciplinaron mi carácter, sus elogios me dieron ánimo, sus amonestaciones disiparon mi pereza, sacando, por así decirlo, con la mano, mi escondido talento; me dio lo que sabía, no malignamente y con escasez, como para hacerse necesario más tiempo, antes habría querido inculcarme todo a la vez. Ingrato sería yo si no lo tuviese en el número de mis más caros amigos.

Largos y deleitosos años, mejores para los alumnos pero gratos para el maestro, ha pasado Alfonso consagrado a la investigación y a la enseñanza. Tiempos difíciles le ha tocado sortear y en todo momento su manera de ser razonable y ecuánime se ha impuesto. La administración, que en él no es carga pesada sino oportunidad de tender la mano, de dar consejo, de orientar, ha absorbido mucho de su tiempo. Debemos reconocer que en ella ha seguido siendo maestro y guía.

Por todo ello, debemos convenir que a él es aplicable lo que el estoico escribiera sobre Demetrio:

Hombre de sabiduría perfecta [aunque él dijese lo contrario], firme y constante en sus propósitos; dotado de elocuencia adecuada a los asuntos graves, aunque algo descuidada exteriormente, exenta de afectación verbosa, antes dúctil y flexible, animada de vigor inquebrantable, y tendida hacia determinado fin. No dudo que la Divina Providencia dio a este hombre vida y elocuencia tales, con el objeto de que nos sirviese de ejemplo y de censor.

Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México. Álvaro Matute (editor), Ricardo Sánchez Flores (editor asociado), México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, v. 15, 1992, p. 205-208.

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